El mundo, mi lugar

Preguntar por una calle y que nos acompañen hasta orientarnos, tomar mates en cualquier banco y que pase algún compatriota, se reconozca en ese gesto heredado por tradición y nos sonría. Llegar a donde te esperan; entrar en la casa de alguien que por unos días será la nuestra. Ocupar lugares ajenos, volverlos propios. Dejarse llevar… Todas estas cosas nos pasaron y nos seguirán regalando momentos, porque siempre que viajamos intentamos habitar cada sitio al que llegamos, no solo visitarlo.

Hoy salimos a caminar por callecitas perfumadas de azahares en busca de algún parque donde Nina pueda darle rienda suelta a su energía chispeante, voraz; hacer amistades instantáneas que nos recuerdan lo lejos que quedó aquel tiempo en que todo se daba con un ¿querés ser mi amigo?. Los niños tienen un lenguaje lúdico que los conecta más allá de las palabras. ¿Dónde guardamos nosotros esa espontaneidad?

Últimamente hablamos mucho sobre el hogar -estar lejos tiene eso de mirar desde afuera nuestro propio interior- y concluimos en que no es un espacio físico sino más bien un sentimiento. Llevamos en nosotros hogar, nuestro hogar. Cada lugar que visitamos lo llena de recuerdos que se vuelven emociones. Lo “turístico” termina siendo una postal, una buena foto para subir en redes sociales, un imán más para la heladera. El mundo está aquí para que lo vivamos, lo caminemos y, en algún lugar, simplemente nos sentemos a ver pasar. Es ese sentimiento de ser ciudadanos del mundo.

Será por eso que siempre preferimos, cuando viajamos, usar el transporte público, comer en los mercados o en lugares perdidos más bien frecuentados por locales, hacer un picnic donde Nina pueda jugar o dormir su siesta y, por supuesto; tomarnos esa licencia que ya bautizamos como “Momento Padre” para disfrutar de charlas existenciales, de un buen café -caliente de principio a fin- o bien planear nuestro próximo destino.

Viajando en familia con Airbnb descubrimos que pertenecer a cada lugar es todavía más fácil. Nos alojamos en barrios, abrimos diálogo con los vecinos y no solo con otros viajeros, ¡y hasta se nos pegan algunas palabras! Ayer Nina dijo algo como “Tomá, Tía” y nos miramos con complicidad: allí estaba nuestra espontaneidad compartida.

Hoy dejamos atrás el calor sevillano para retomar el rumbo hacia el mar. Granada nos espera como parada obligada y ya tenemos nuestra reserva hecha a los pies de la Alhambra, en el tradicional barrio de Albaicín, ya les contaremos que tal se tapea por aquí.

Descubre más sobre las aventuras de esta familia escuchando el siguiente podcast: